Amante de Galdós, en la carta que aquí reproduzco, la escritora Emilia Pardo Bazán reconoce haberle sido infiel. Y para ser perdonada del todo permitió que la plagiara.
Novelista, poeta, ensayista, gastrónoma, periodista, biógrafa, crítica literaria, conferenciante, cronista, esposa y madre, y amante de Galdós durante veinte años, a quien le fue infiel como él le fue infiel a ella, Emilia Pardo Bazán no se dejó domar por una sociedad que consideraba mamarracha.
«Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida», dijo antes de morir, hace ahora cien años. Tal vez en nuestra época la habría llamado feminazi.
Doña Emilia se atrevió a abordar temas feministas y destacó como reivindicadora de la mujer en todas sus facetas y actividades.
En esa obra maestra que es Los Pazos de Ulloa, doña Emilia denuncia la explotación que hace el patriarcado de la mujer: Sabel es prostituida por su propio padre para dominar al marqués de Ulloa, mientras que Nucha se ve obligada a casarse con el egoísta don Pedro para cumplir el sueño de Julián, el joven sacerdote empeñado en instituir en el Pazo un matrimonio cristiano.
La forma de amar de Sabel es salvaje y primitiva, mientras que Nucha cumplirá con su "deber de mujer". Es esa novia que tiembla ante su próximo sacrificio.
Después de unos artículos polémicos publicados en la prensa, el marido, el abogado José Quiroga, pide a doña Emilia que elija entre la literatura y su matrimonio. ¿Abandonar ella su carrera literaria? ¿Ella, a quien su padre había enseñado a ganar espacios y derechos, a dejar que brille su talentosa luz? ¿Ella, que escribió los primeros versos a los nueve años de vida?
«Mi padre me dijo una vez: “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no, di que es mentira porque no puede haber dos morales para dos sexos”.»
Ya había cumplido como esposa y madre. Se había casado con José Quiroga a los 16 años, y había tenido tres hijos, así que, sin perder de vista el consejo de su padre, Pardo Bazán eligió: mandó a paseo al esposo, y se ocuparía de sus hijos, pero su vida no iba a quedar relegada a las funciones domésticas. Emilia Pardo Bazán se entregó a su carrera literaria y a disfrutar de la vida de forma apasionada. Fue poeta, dramaturga, ensayista y traductora, autora de crónicas, reportajes y libros de viajes. Escribió más de veinte novelas, unos 600 cuentos y cartas, muchas cartas.
La fogosa correspondencia amorosa de doña Emilia y Benito
Ya separada amistosamente de su marido, la condesa de Pardo Bazán tuvo amoríos con otros intelectuales. La relación más sonada fue la que mantuvo con Benito Pérez Galdós, que murió un año antes que ella.
El idilio comenzó justo después de la publicación de Los pazos de Ulloa. A él dedicó palabras de admiración en sus primeras cartas. Esta admiración a la obra literaria, que llegó a ser mutua, evolucionó a una historia sentimental y fogosa que duraría varios años.
Y el tono de las cartas comienza a calentarse. La condesa ya no llama «maestro» a Pérez Galdós, sino «Miquiño mío del alma…» y «ratonciño querido». La pasión ha estallado:
«Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria… porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro», escribe ella.
Y estas palabras en la carta del 15 de diciembre de 1889: «Minino: El martes allí tendrás a tu Suriña. Se me hace el tiempo largo; la meta de mis deseos ¡cual huye ante mis asombradas pupilas! ¡Oh! Seductor, no me fascines con tu serpentina lengua! Adiós, mono. En cuantique te vea te como».
Doña Emilia y don Benito recorrieron Europa en viajes secretos, encuentros clandestinos sobre los que escribieron en diarios y en cartas. Felices escapatorias sobre las que escriben para revivir lo que sintieron: «ahora es cuando la pícara imaginación representa con lindos colores toda la poesía de este viaje feliz, las excursiones de Zurich, las serenas bellezas de Munich, las góticas y místicas curiosidades de Nuremberg y en especial la sublime noche de Francfort, la noche que he sentido tu corazón más cerca del mío».
Hasta que comenzaron los escarceos de él que la escritora toleró. Al fin y al cabo, él había querido oficializar la relación y ella lo había rechazado. Pero todo cambia cuando Pardo Bazán acude a la Exposición Universal del 88, en Barcelona. Allí traiciona a su miquiño adorado con el editor José Lázaro Galdiano.
Don Benito no puede soportar esta infidelidad y en otra carta le requiere explicaciones. Emilia Pardo Bazán confiesa entonces su infidelidad, y le ruega que la perdone:
«Hoy 26 – A media noche
»Amigo del alma, ante todo, no llames caridad a lo que es acendrada ternura. Tratándose de ti, no distingo de acciones, y lo mismo que te abro los brazos te velaría enfermo o te ayudaría en el trabajo literario. Bien sé, ¿y por qué me lo dices?, que nada premeditaste ni en ningún agravio pensaste. En ti no cabe nada malo, ni te alcanza responsabilidad alguna, ni necesito yo otra cosa que esa dulce frase «he dormido bien».
»Acabo de leer tu carta. Voy a sorprenderte algo diciéndote que adivinaba su contenido. Sé quién te enteró de todos esos detalles portugueses y a qué aludías al anunciarme un cargo grave. Apelas a mi sinceridad: debí manifestarla antes, pues ahora ya no merece este nombre: sea como quiera, ahora obedeceré a mi instinto procediendo con sinceridad absoluta. Mi infidelidad material no data de Oporto, sino de Barcelona, en los últimos días del mes de marzo —tres después de tu marcha.
»Perdona mi brutal franqueza. La hace más brutal el llegar tarde. Y no tener color de lealtad. Nada diré para excusarme, y sólo a título de explicación te diré que no me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos fruto de circunstancias imprevistas. Eras mi felicidad y tuve miedo a quedarme sin ella. Creía yo que aquello sería para los dos culpables igualmente transitorio y accidental. Me equivoqué: me encontré seguida, apasionadamente querida, y contagiada. Sólo entonces me pareció que existía un problema: sólo entonces empecé a dejarme a llevar hacia donde al parecer me solicitaban fuerzas mayores, creyendo que allí llenaba yo mayor vacío y hacía mayor felicidad. Perdóname el agravio y el error, porque he visto que te hice mucho daño; a ti, que sólo mereces rosas y bienes, y que eres digno del amor de la Santa Teresa que resucitase.
»Deseo pedirte de viva voz que me perdones, pues aunque ya lo has hecho, y repetidas veces, a mí me sirve el alivio el reconocer que te he faltado y sin disculpa ni razón. Hasta luego; no me lleves a mal nada de lo que en esta carta te escribo: la recibirás por la mañana (el jueves) y por la tarde podré desahogar un poco el corazón rogándote que no pierdas enteramente el cariño a la que te lo profesa santo y eterno.
»Hasta luego, no olvides las señas. Haz por comer y no fumes mucho.»
No solo pidió disculpas con estas líneas: para reparar el agravio permite que plagie una de sus obras. Don Benito no se animaba a escribir teatro, así que doña Emilia le entrega el borrador de El sacrificio, que según los investigadores es el germen de La loca de la casa del escritor canario, una obra de teatro que tuvo gran éxito y despertó la indignación de los críticos de la época por considerarla feminista.
Fueron treinta años de intercambio epistolar.
Cien años después de su muerte, la condesa católica y brillante escritora está de regreso, porque doña Emilia Pardo Bazán fue y será siempre una mujer moderna capaz de iluminar los rincones más oscuros de nuestro presente.
Admiración es lo que siento, porque si aún hoy en día hay que leer y escuchar a mucho imbécil no quiero imaginar lo que tuvo que soportar esta gran Sra.
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