Miradas de deseo, miradas que derriten, miradas penetrantes… Aparta los ojos del móvil y descubre la mirada copulatoria.
¿Y tú cómo miras? ¿Verán el deseo en tu mirada?
«A sus diez años, Enric me revela que le gusta una chica de su clase.
—Y me parece que yo también le gusto —añade.
—¿Y por qué te lo parece? —pregunto sorprendida de que, tan reservado como es, le haya dado por hablar de sus sentimientos.
—Porque yo me siento aquí y ella aquí —señala, sobre la mesa, dos imaginarios pupitres dispuestos en diagonal—, y cuando la profesora se pone a caminar en medio de la clase, ella se gira y la he pillado mirándome. Y puedo saberlo por las miradas, ¿sabes? —con su dedo índice se toca bajo el ojo—, por la mirada puedo saber si le gusto a una chica o no».
Conté esta anécdota de mi sobrino en el libro Inteligencia Sexual para comenzar a hablar de la mirada y de la importancia que tiene en el lenguaje, en el modo en que nos comunicamos con los demás. Esa mirada que sirve para retener la atención del otro, para indicar el interés que tenemos en su persona: «Eh, oye, estoy aquí, te miro y me gusta lo que veo cuando te miro».
Unos días después de la publicación del libro, cuando me invitaron para hablar de la Inteligencia Sexual en un programa de radio, una chica se quejaba amargamente de que, ahora, poco se podía ligar con miraditas, que los demás están más pendientes del WhatsApp e Instagram que de encontrar unos ojos con los que comunicarse. Y no solo lo hacen los solteros o singles. ¡Esas parejas que van a cenar a un restaurante y no paran de mirar el móvil! Tú también los has visto, ¿verdad?
Nuestro cerebro está hábilmente capacitado para interpretar la insinuación que esconde una mirada. La utilizamos las mujeres de Occidente, de Asia, de los cinco continentes y casi todas las hembras de los mamíferos. Los etólogos la llaman la mirada copulatoria. La secuencia de expresiones es la misma: al verse sorprendida, ella abre los ojos súbitamente y levanta las cejas, quizás, si no es demasiado tímida, sonría; y enseguida aparta la mirada hacia otro lado con una encantadora caída de párpados y el ladeo de la cabeza.
El poeta Henry Wadsworth Longfellow lo resumió en estas palabras: «No habla, pero en sus ojos anida toda una conversación».
Sería una pena que, a causa de las pantallitas de los móviles, los humanos perdiéramos habilidades para emplear la técnica humana de cortejo más asombrosa: el lenguaje de los ojos.
Cuando uno mira fijamente a otra persona que podría ser una pareja durante dos o tres segundos sus pupilas suelen dilatarse, y esta es una señal de que existe interés. Provocará una reacción en el otro que será de respuesta coqueta, como la que indicaba antes, o de rechazo. En todo caso, se abre la posibilidad de conectar, de advertir el brillo en la mirada del otro y de comunicarse. Una posibilidad que se pierde cuando no se apartan los ojos del móvil.
El caso es que son muchos los testimonios de mujeres en los que se percibe la importancia que dan al lenguaje de las miradas en el cortejo, ya sea la mirada propia o la de los hombres que les gustan:
«Ojos pequeños, pero de mirada traviesa siempre, boca pequeña, de nariz redondita, manos pequeñas. Mi mayor atributo físico creo que es mi mirada. Expreso mucho con ella, hablo con los ojos». (28 años).
«¿Cómo enviarle señales para que no se vaya? Esta es la cuestión. Antes lo hacía con sonrisas y preguntas, para mantener la situación. Ahora prefiero las miradas fijas a los ojos, de esas que te dan un bocao en la barriga, porque son más directas y eróticas». (32 años).
«Me encantan los hombres morenos, y de mirada penetrante y seguros de sí mismos». (28 años).
Lauren Bacall, la mujer de la mirada penetrante
La apodaron “The Look” por su mirada penetrante, cargada de misterio.
Cuenta la leyenda que todo comenzó el primer día de rodaje de Tener y no tener, la película que la unió a Humphrey Bogart y que fue el debut de Lauren Bacall en el cine, a sus 19 años. La escena parecía muy sencilla: ella tenía que acercarse a la habitación de su partenaire y preguntar «¿Alguien tiene una cerilla?». Entonces él le arrojaría una caja de cerillas, ella encendería su cigarrillo sin dejar de mirarle, le daría las gracias, le lanzaría las cerillas y se iría.
Cuando el director de la película, Howard Hawks, comenzó a filmar, la joven actriz descubrió que las cámaras le provocaban terror. Así lo confesó una vez: «Me temblaba la mano. Mi cabeza estaba temblando. El cigarrillo estaba temblando. Estaba mortificada. Mientras más intentaba detenerme, más temblaba. ¿Qué debe de estar pensando Howard? ¿Qué debe de estar pensando Bogart? ¿Qué debe de estar pensando el equipo? ¡Oh Dios, haz que pare!».
La única forma que encontró la inexperta actriz para disimular sus estremecimientos fue clavar la barbilla hacia abajo, casi hasta el pecho, y mirar a Bogart con los ojos entornados. De ese modo, no solo evitaba que se la viese tiritar, sino que resultaba de maravilla en cámara y le daba un aire de misterio que resultó más acorde con la atmósfera de una película de cine negro.
Fue así, gracias a un truco ingenioso con el que logró ocultar el miedo escénico, que Lauren Bacall sería por siempre la mujer con la mejor y más seductora caída de párpados de la historia del cine.
¿Es la mirada ardiente del hombre que nos mira lo que despierta nuestro deseo sexual?
Así lo expresa un ama de casa de 21 años: «La mirada de deseo de mi chico, sin más, me derrite, cuando me sonríe nervioso, sin sus gafitas y con sus mofletes sonrojados».
Está más que demostrado: gracias al estímulo visual, la tensión sexual aumenta.
Una variedad de neuronas cerebrales, las llamadas neuronas espejo, captan el significado de las expresiones y los movimientos de otra persona, y nos predisponen a sentir lo mismo que ella y a imitar esos movimientos. Muy útil, pues, al ejecutar una danza del apareamiento y lograr la sincronización.
¿Preferimos mirar o que nos miren? Según los estudios sobre la respuesta sexual y amorosa de los humanos, los hombres suelen estimularse a través de la vista, mientras que las mujeres son, supuestamente, menos excitables con estímulos visuales. La verdad, por lo que indican los testimonios, las respuestas eróticas de ambos sexos se están acercando, y aquello que desencadena el deseo en los hombres no difiere mucho de lo que excita a las mujeres, así como la influencia de la estética según los cánones actuales. Piensa, por ejemplo, en la depilación. También las mujeres prefieren hombres cuya piel esté limpia de vello, y eso contribuye a que muchos hombres se depilen. Cosa que antes era impensable.
Me parece interesante recalcar todas las posibilidades que nos ofrecen los juegos de miradas, de sonrisas, de posturas y movimientos corporales para provocar el deseo, puesto que, en los últimos años, cada vez que se hace referencia a los estímulos visuales y a su efecto en hombres y en mujeres, los debates suelen centrarse en la pornografía.
Los estudiosos de la comunicación no verbal han descubierto que la intimidad en una relación se mide en función de la frecuencia de la mirada, la proximidad física —no solo en el momento del acto sexual—, la intimidad del momento y la cantidad de sonrisas que plasma el rostro. Se tienen en cuenta otras variables como la orientación corporal y el resto de expresiones faciales.
Lo interesante es la reciprocidad de estos mensajes que emitimos. Los estados de ánimo se contagian a través de ellos, un fenómeno que se asienta en las neuronas espejo, de las que queda mucho por estudiar y descubrir. También es contagioso el soplo de deseo que se dibuja en una sonrisa. Tomemos nota: una mirada de deseo puede avivar la sed en los ojos que miramos.
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