Yo a Corín Tellado le debo la vida. Mis hermanas y yo se la debemos. Hace poco que lo descubrimos.
«Qué bonito, una mujer que lee»
Lo descubrí el día que celebramos el funeral por la muerte de mi madre: que a Corín Tellado mis hermanas y yo le debemos la vida.
Ese día, la familia nos reunimos para comer, y cuando mi padre volvió a repetir como un mantra eso de «toda la vida, toda una vida juntos», mi cuñado Juanan le preguntó: «¿Y cómo se conocieron?»
Mis padres siempre contaban que se hicieron novios gracias a la mujer que más tarde sería mi madrina, Pili, y a su marido, Eugenio, nacido en el mismo pueblo de Galicia que mi padre, y con quien papá navegaba cuando el barco llegó al puerto de Cádiz.
Lo que no conocía era el modo en que se produjo el primer encuentro.
En aquel entonces, allá por el año 1960, antes de hacerse patrón, papá buscaba un barco en el que enrolarse, y su paisano Eugenio convenció a su jefe de que conocía a un rapaz que cosía las redes como nadie. Así comenzó mi padre a trabajar en una compañía naviera con sede en Cádiz.
Cuando pisó por vez primera la ciudad en que nací, y mi padre quiso buscar una lavandería a la que llevar su ropa, su compañero Eugenio le dijo que de eso nada, que llevaría la ropa a su casa, que su mujer se ocuparía de ella, como se ocupaba de la suya.
Unos días después, en el mismo momento en que mi padre volvía a aquel piso del barrio Santa María, mi madre llegaba para dejar una novela de Corín Tellado que acababa de leer y tomar otra prestada. Se intercambiaba novelas con mi madrina.
En cuanto fueron presentados, mi padre, de naturaleza tímida y poco ligón, se atrevió a decirle: «Qué bonito, una mujer que lee».
Cuando las mujeres leían a Corín Tellado
Mi madre, como muchas otras niñas en esos años, fue apartada de los estudios para dedicar su tiempo a otros menesteres. Aunque, en su caso, fue la explosión de un polvorín de la Armada el 18 de agosto de 1947 y la destrucción del edificio que albergaba la escuela lo que precipitaría el final de su educación.
Más o menos en esa época en que mi madre dejaba sus estudios escolares y entraba en un taller para aprender confección, Corín Tellado comenzaba a escribir novelas de amor.
Como muchas mujeres, mi madre ayudaba a que la familia saliera adelante con su trabajo de costurera. Como muy pocas mujeres, Corín Tellado comenzaba a mantener a la familia tras la muerte de su padre gracias a la escritura.
Llegó a escribir una novela cada dos días. Vendió 400 millones de ejemplares, pero no se hizo rica.
Corín Tellado fue la autora más leída, pero nunca tuvo la consideración de los críticos: era mujer y escribía novelas románticas, ¿cómo iba a alcanzar un prestigio en el territorio literario?
A pesar de que mi madre había sido una de sus seguidoras, solo hubo una de sus novelas rondando por el piso de mis padres, allá por el inicio de la década de los 80, y es la única que he leído de la autora. Me sorprendió comprobar, siendo una adolescente, que la autora más leída durante el franquismo, hacía apología —o eso parecía— de la convivencia de la pareja sin pasar por el altar. Se titulaba algo así como ‘Novios eternos’… no recuerdo bien, y no puedo encontrar el título entre las más de 4000 novelas que escribió.
No volví a leer nada más de ella. Lo cierto es que nunca me han interesado las novelas románticas, pero me molesta profundamente los comentarios ofensivos que ha recibido y continúa recibiendo una autora que consiguió que miles de mujeres y no pocos hombres leyeran en tiempos de oscuridad.
Corín Tellado fue una mujer muy singular, y no solo por ponerse a escribir a las cinco de la mañana en compañía de un paquete de tabaco y tener cincuenta folios escritos antes de la hora de comer. La escritora se separó de su marido a los cuatro años de matrimonio, en 1962. Y siguió escribiendo para alimentar y pagar los estudios universitarios de su hijo y su hija. Del padre de sus hijos no vio un duro.
La censura de la época devolvía sus manuscritos llenos de tachaduras, y tenía que reescribirlos para insinuar sin llegar a mostrar, como Corín Tellado decía, y sin que la pasión de aquellas historias decayera. Y cuando el dictador murió, la autora comenzó a publicar novelas eróticas bajo el seudónimo de Ada Miller. ¡En homenaje a Henry Miller!
De las novelas rosas de Corín Tellado a las malditas sombras
Creo que si Corín Tellado hubiera vivido el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey y sus posteriores imitaciones se habría horrorizado. Y no por la supuesta pornografía de esas novelas, sino por el deplorable estilo, por el simplismo, la chabacanería, el lenguaje soez y las memeces de las tramas. ¿Y qué decir de los protagonistas? Hombres con trastornos, controladores enfermizos con tendencia a la agresión sexual, y mujeres que se cuelgan de unos maltratadores de los que obtienen orgasmos, y ya.
En 1951 una revista de gran difusión en toda Hispanoamérica, firmó un contrato con Corín Tellado para que le entregara dos novelas cortas inéditas al mes: la tirada de la revista pasó de 16 mil a 68 mil ejemplares quincenales. El corrector de pruebas de esta revista era Guillermo Cabrera Infante quien acabó dedicándole el ensayo Una inocente pornógrafa. Años más tarde, Cabrera Infante reconocía: «Yo había tenido un contacto muy íntimo con la literatura de Corín Tellado porque fui durante muchos años corrector de pruebas de sus novelitas en la revista Vanidades. Fui a conocerla a Gijón y me encontré con la sorpresa de tener delante de mí a una escritora y no a una fabricante de novelitas».
Puede que la novela rosa sufra las envidias de los autores que no consiguen alcanzar sus éxitos de venta, al igual que sucede con los libros que se venden bajo la etiqueta de autoayuda. He pasado por ahí. Lo he sufrido como autora de libros de no ficción y de una novela chic-lit, y sé que los detractores meten todo en el mismo saco sin abrir uno de esos libros. Pero lo cierto es que asistimos desde hace años a una degeneración de la romántica, según lamentan sus propias seguidoras.
Nunca he sido una lectora de novelas románticas, y quizás por ello no tenga derecho a criticar el género; pero, queridos, es que me lo ponéis muy difícil. Con autoras como Corín Tellado podría darle una oportunidad. Mi madre tuvo suerte, al menos, en eso. Imaginad: ¡Cabrera Infante corrigiendo aquellas novelas! Eso es sentir respeto por los lectores.
Hoy no se cuidan ni las historias, ni el estilo, ni las traducciones, ni las correcciones. Y, no, para gustos no son los colores. Hay unos criterios mínimos, y esos no se cumplen, ni en el género romántico ni en otros.
Salvo honrosas excepciones —que las hay—, el mercado parece fabricar productos para llegar a gente con una comprensión lectora mucho más pobre que la que tenía la generación de mis padres. Y es algo que nos debería preocupar a todos.
Creo que, por el bien del mercado editorial, si de verdad queremos salvar la cultura, deberíamos comenzar a hacer un poco más de autocrítica y abandonar el latiguillo de «hablan mal de nosotros porque sienten envidia».
Y ahora, por favor, lectoras de romántica con exigencias, esas que no caéis en las redes de las campañas de marketing, las que sabéis distinguir entre el macho Alfa y el machista, entre el lenguaje crudo y el soez, a vosotras me dirijo: ¿me descubrís a la Corín Tellado de ahora? ¿Cuáles son las autoras que dignifican el género? Venga, sé que las hay.
*Imagen: a la izquierda, Corín Tellado; a la derecha, mi madre.
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