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Sentirse deseada

Recién oído en el mercadillo:



"El marido de mi vecina el chumino no me lo ha visto, pero el color de la braga sí sabe cómo es".

¿Ves, cariño, qué bien hicimos en comprarnos la secadora?


Lo he escrito esta mañana en el muro de facebook.

Si de algo puede presumir una es de salir siempre de casa con la caña dispuesta a pescar retales de realidad.

Después del delicioso ejercicio de echarse unas risas en la red social, me he dedicado a la cocina, porque el reloj así lo ordenaba. Y allí, como en la ducha, siempre se me dispara la imaginación (lugares muy bien indicados, ambos, para inspirarse y sufrir accidentes domésticos). Me he puesto a pensar en la autora de la frase, casi tan entrada en años de matrimonio como en los de la vida. La imaginé recién llegada de la peluquería, con el corte de pelo y el tinte retocados. Apenas un ligero cambio, y aun así, esperaba que el marido se detuviera a mirarla. 

¡Qué demonios! También ella se olvidó de mirarlo antes de que los hijos los dejaran solos de nuevo.

Abandona el bolso y la rebeca de punto sobre la cama, se pone las zapatillas (nunca ha sabido estar en casa con zapatos, aunque no sean de tacón), y se va a la galería. La lavadora con ropa delicada ha terminado de centrifugar. Tender la ropa, esa ropa, es una de sus actividades favoritas. Aprendió a hacerlo con esmero siendo adolescente. Ahora sale al patio de luz y cuelga en la primera cuerda las braguitas de algodón de cuello alto, las de tejido que no irritan la piel más íntima, procurando esconderlas tras los pijamas y los camisones. Pero en la última cuerda del tendedero, donde las prendas quedan expuestas a los ojos de los vecinos, sujeta con pinzas el delicado conjunto de blonda en tono gris perla. Y suspira hondo. Quizás el marido de la vecina está a punto de salir a la ventanita a fumar el cigarrillo. Puede que la haya visto tras el visillo, que se haya quedado a la espera de que termine, observándola en la tarea. ¿Quién sabe si el mirón se atreve a imaginarla con las braguitas, el sujetador y un collar de perlas, como se ve ella misma en sus fantasías? ¿Y por qué no?

Imaginarse deseada. ¿Quién puede quitarle eso? Nadie. Nadie puede robarnos nuestras fantasías

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